jueves, 25 de septiembre de 2008

qué sé yo.

no, no, definitivamente no. ni por un minuto fue lo que había sido. era un momento vacío, seco; un momento y lugar en donde ya había estado antes. y no era preciso volver, no, no quería volver. fue cuando desperté y miré hacia el lado derecho de mi cama que sentí que el maldito círculo vicioso se aproximaba nuevamente. todavía estaba tu vaso de agua en el velador. fue entonces que sentí miedo, intranquilidad, PAVOR. ¿que no había sido suficiente de aquello? ya no quería más de esto pero al mismo tiempo estaba cierta que no existía forma de escapar. afuera había un día tranquilo, más bien era tarde pero para mí el día recién comenzaba... o terminaba. pero no era como el anterior, nada volvería a ser como los anteriores. me sudaban las manos y mi corazón explotaba al interior, como si de algún modo le acomodara mejor palpitar sobresaliente a mi pecho. y tenía unas grandiosas ganas de arrebatarlo de ahí y gritarle, pisotearle, trizarle y desparramarle. me senté a los pies de la cama, intentando conciliar mi mente con mi devastación. pero las imágenes, las tortuosas y mágicas imágenes venían y se iban, pero más venían que se iban. y yo quería que se fueran. y yo quería llamarte y salir y pellizcarme y despertar del infierno en el que estaba. y créeme, de verdad quise entender. y ahora llegas de nuevo, en forma de niño, cubierto de recuerdos, juventud y sus desmanes, vestido de olores y sabores nuevos, besos extraordinarios sin límite. y siento que me ahogo, me ahogo en tus labios que parecen de porcelana rojiza, cómo quisiera arrestarte y convertirte en mi prisionero hasta que tu belleza extenuante se transforme en mi mayor rechazo y en mi peor elección.
mi único amor nacido de mi odio.
mis trabas no me dejan contemplarte como quiero.
e interrumpes mis días y lo odio, pero ya lo olvidé. ¿de qué hablábamos?

miércoles, 20 de agosto de 2008

I was a landscape in your dreams.

Puta, no sé, pero como que me caes mal. Esa maldita sonrisa forzada cada vez que nos cruzamos en la calle, o incluso cuando es evidente que nos reconocemos y entonces te haces el desentendido y te escondes, muy afanosa y estúpidamente detrás del primer árbol que encuentras, ¿qué onda? Es como si te diera miedo o te hirviera la mierda de impotencia al sentirte incapacitado de afrontar las situaciones. Me carga, me enferma esta timidez a propósito, esa forma de querer huir; correr sin mover las piernas ni un puto centímetro. Te juro, juro, te juro que la próxima vez te mato ahí mismo, de la pura rabia que me va a dar. Y después te escupo. Y te dejo en el mismo árbol de mierda en donde siempre te escondes, a ver si vas a saber, siquiera.

La multitud cubriría la escena.

jueves, 7 de agosto de 2008